EN DESCARGO DE MI CONCIENCIA
(Sobre el golpe de Fujimori)
(No lo publicaron, 1992)
Rafael Rey Rey
Con frecuencia los peruanos actuamos por “sentimiento”. Hacerlo, sin embargo, tiene sus peligros. Con el golpe de estado la gran mayoría de peruanos se están dejando llevar por un sentimiento. Después lo lamentarán. Cuando un pueblo está dispuesto a sacrificar los principios por la obtención de unos resultados, muy pronto pierde los principios sin conseguir los resultados que buscaba.
Reconozco, respeto y comparto la indignación de la ciudadanía para con los políticos demagogos, irresponsables y comechados. Esa indignación me llevó a decidir abandonar la actividad privada para participar activamente en política. Pero ni siquiera esa indignación “justifica” el golpe de estado.
Así como se podría afirmar que el comunismo tuvo “razones” (motivos) para existir pero que no tiene “razón”, ni se puede justificar, se podrán señalar “razones” para el golpe de Fujimori, pero no puede justificarse.
En mi reciente experiencia política he intentado ser digno de la confianza de mis electores y comportarme con responsabilidad. Esa responsabilidad es la que ahora me lleva a condenar el golpe y a discrepar con la mayoría de mis compatriotas y hasta con algunos de mis familiares más cercanos. Más fácil sería sintonizar con ellos y encogerme de hombros. No puedo hacerlo. Tengo la ventaja (o desventaja) de haber vivido los acontecimientos desde dentro. En política, como en los toros, se ven las cosas distintas dentro del ruedo que desde el tendido.
He venido apoyando los aciertos del gobierno sin mezquindad. Me he opuesto, con declaraciones y con mi voto, a actitudes de la oposición que me parecían erradas porque fomentaban el absurdo enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Legislativo (intentos de censura a los ministros Boloña y Torres Lara, derogatoria de algunos decretos legislativos que me parecían razonables, la aprobación de mociones de rechazo a declaraciones del Presidente contra el Parlamento). Trabajé muy de cerca con el ministro Yoshiyama para la reforma del trabajo portuario, para la desregulación del transporte terrestre urbano e interprovincial y para la facilitación de las operaciones de empresas marítimas y aéreas. Se intentó un diálogo entre algunos parlamentarios y el presidente. Ya estaba concertada con el ministro De los Heros una iniciativa para reformar el Poder Judicial y el Tribunal de Garantías Constitucionales. Así que no estoy entre quienes podrían parecer de oposición radical y haber contribuido con el enfrentamiento.
Sin embargo, la misma responsabilidad me lleva ahora a lamentar y condenar la ruptura constitucional y desconfiar de las intenciones de Fujimori. ¿Por qué no envió al Congreso ningún proyecto con carácter de urgencia? ¿Por qué le anunció a la diputada Lucila Shinsato que cerraría el Congreso, pero antes debía desprestigiarse? Ahora recién se entiende cómo es posible que nombre a Paredes como ministro en “premio a su labor” en la Cámara de Diputados durante la cual no priorizó los asuntos relevantes y en cambio puso en agenda, por ejemplo, temas banales o menos urgentes como el absurdo debate si es Cuzco, Cusco, o Cosco. Ahora se entiende por qué Fujimori purgó a algunos en las FFAA. Ahora se entiende por qué afirmaba falsamente que el Congreso había sido derogado los decretos legislativos de pacificación y de lavado de dólares o que los parlamentarios nos habíamos subido el sueldo y que el Congreso le impedía avanzar con su programa de gobierno.
Si a la población no le gustaba la conformación del Congreso, tiene que aprender a elegir mejor. Los golpes impiden aprender.
La población desinformada y malinformada como está, también por responsabilidad de los medios de comunicación, tiene la ilusión de que con este golpe se inicia una renovación nacional, que no habrá corruptos ni corrupción, que los empresarios serán solidarios, que las cúpulas sindicales serán razonables y que todas autoridades van a cumplir con su deber. Una ruptura constitucional no es el camino para conseguirlo.