(El Comercio, 08 Diciembre 2000)
Rafael Rey Rey
En el origen de la crisis política por la que hemos pasado está, que duda cabe, una crisis de valores que tiene raíz moral. Si no lo entendemos me atrevo a anticipar que viviremos otras similares, porque no habremos conseguido superar la pobreza, la corrupción, la delincuencia, la drogadicción, el narcotráfico, la demagogia, las injusticias, la falta de educación y de cultura, el egoísmo, en suma todo aquello que caracteriza a la crisis social y que termina, tarde o temprano, causando las crisis económica y política.
Habrá estabilidad política si tenemos estabilidad económica y estabilidad jurídica. Para conseguirlas necesitamos implementar y desarrollar en el terreno económico la economía de mercado y en el terreno político el estado de derecho. Pero, así como no basta el mercado para asegurar la igualdad de oportunidades y la estabilidad económica que debe generar una economía de mercado (son además necesarios los principios de solidaridad y subsidiaridad), tampoco basta la democracia para asegurar la igualdad ante la ley y la estabilidad jurídica que debe generar el estado de derecho.
Es el bien común el concepto del que hay que partir y es el bien común el objetivo al que hay que apuntar.
Por eso ha dicho Juan Pablo II recientemente:
“Considerar a la política como un servicio es una convicción compartida por toda la sociedad. Lo que no se acepta es la idea del servicio al bien común. En lugar de bien común, en la política contemporánea se habla de interés general.
La noción de interés general hace referencia a una dimensión subjetiva, pues es lo que interesa a la mayoría (generalidad) de los ciudadanos.
La noción de bien común, en cambio, hace referencia a un bien, esto es, a algo objetivo, que hay que conseguir y que perfecciona al ser humano, siendo este bien, además, común.
En pocas palabras: bien común es ese conjunto de condiciones de la vida social que permiten y favorecen a los individuos, las familias y a las asociaciones conseguir más fácil y plenamente su propia perfección.
Una visión cristiana del mundo nos invita a recuperar el bien común como fin de la comunidad y de la acción política. A la situación actual se ha llegado por un proceso descritianizador. En el campo de la política, se considera que el hombre es antisocial por naturaleza (ya no se perfecciona en sociedad; simplemente garantiza su vida y su propiedad). Además, con Maquiavelo, la reflexión sobre la acción política deja de remitir al servicio, pasando a centrarse en los mecanismos del poder(cómo alcanzarlo, cómo mantenerlo, cómo ampliarlo).
Hoy hay dos alternativas en política:
- Volver a una visión iusnaturalista de la política, buscando en la vida pública los bienes objetivos del hombre, la familia y la comunidad.
- Dirigir la acción política de forma instrumentalista, que se contenta con hacer funcionar bien los instrumentos contractuales. La eficacia al servicio de la voluntad general (aunque se aleje del bien).
Cada vez más urgente volver a la Ley Natural, fundamento de una política justa. Dar a cada uno lo suyo (que eso es la virtud de la justicia) exige el sometimiento a la Ley Natural, al orden de la naturaleza establecido por Dios.
La opinión pública actual suele desechar la idea de Ley Natural en política porque, piensan, atentaría contra los principios democráticos:”si la política debe ajustarse a la Ley Natural (no votada por la mayoría), ¿dónde queda la democracia?”.
Se olvida que la democracia consiste en la participación de toda la sociedad en la consecución del bien común, eligiendo a los representantes y limitando el ejercicio del poder. No consiste en determinar, mediante sufragio universal, cualquier asunto de la realidad.
La Ley Natural nos aporte principios y pautas de acción. Corresponde al hombre, mediante el ejercicio de la prudencia política, buscar las soluciones concretas para los problemas de cada tiempo.
Sin la Ley Natural, que establece el límite de la acción política (la dignidad de la persona humana y sus derechos fundamentales), todo es posible: el holocausto, las leyes racistas democráticamente aprobadas, el aborto, la manipulación genética, etc.
Por el abandono de la Ley Natural y de la noción de bien común en la política contemporánea, hoy en día está en juego lo humano. De seguir esta corriente, podemos llegar a lo que C.S. Lewis llamó la abolición del hombre.
La política es útil cuando sabe delimitar la propia acción, cuando reconoce la propia función subsidiaria, cuando se deja orientar por lo que la precede y la supera”.
¿Le haremos caso?