(2003)

Rafael Rey Rey

Demagogia, dice la enciclopedia GER, “es la conducción del pueblo mediante la seducción. El demagogo dirige al pueblo convertido en populacho e incluso procura convertirlo en tal. Como forma política es la dominación tiránica de la plebe. En la doctrina clásica resulta de la degeneración de la democracia debida a la labor de los demagogos. Originalmente su sentido griego fue neutro, al ser los demagogos jefes populares que pretendían mejoras a favor de las clases oprimidas; con el advenimiento de la democracia, degeneró en práctica de atraer al pueblo mediante promesas imposibles, halagos o, simplemente, mediante el engaño, para conseguir el poder. Demagogo vino a ser el tipo de político irresponsable que explota las necesidades fomentando los instintos y los vicios de la multitud para erigirse en amo”. Hasta aquí la cita, ¿para qué seguir?

El presidente Alejandro Toledo prometió elevar las remuneraciones de los maestros, de los médicos, de los policías; crear empleo para todos los desocupados; resolver el problema de todos los jubilados; y elevar el nivel de vida de todos los peruanos. Cuando llegó a Palacio de Gobierno, dijo que gobernar era más fácil de lo que se imaginaba. Y a continuación se aumentó el sueldo a 18,000 dólares, dando ejemplo a sus ministros y funcionarios dorados para hacer lo mismo. Desde entonces, todo ha sido mirar cómo las demandas sociales se hacían violentas, sin buscar soluciones. Ha puesto el estado de emergencia, dejando después que la multitud tome las calles. El Acuerdo Nacional se convirtió en el desacuerdo de los partidos, porque se había firmado en beneficio del Perú y Toledo lo entendió en beneficio del partido Perú Posible. Falta de credibilidad, de autoridad, de gobernabilidad y de rumbo.

Hasta que llegó la invitación para viajar a Stanford. El Congreso autorizó un viaje privado, con su propio peculio, o utilizando la cortesía de la Universidad que lo invitaba. No autorizó el viaje en el avión presidencial, puesto que no se justificaba ni por el motivo, que no era público, ni por el gasto, en tiempo de austeridad. Así lo dijo la mayoría parlamentaria. Pero no, utilizando Dios sabe qué ardides logró una marcha atrás para que al día siguiente se autorice el uso del avión presidencial. Un desastre, en suma, mientras su ministro de Economía hacía malabares para cubrir el desmesurado gasto fiscal con un paquete tributario digno de mejor causa. El escándalo de Stanford ha sonado en la opinión pública como una cachetada contra la extrema pobreza de la población y contra el sacrificio adicional que se le pide a los contribuyentes.

Democracia, dice la misma enciclopedia, “es el régimen político que institucionaliza la participación del pueblo en la organización y ejercicio del poder político mediante la intercomunicación o diálogo permanente entre gobernantes y gobernados, el respeto a la dignidad y libertad de la persona humana y de los derechos de los grupos intermedios entre individuo y Estado, en consonancia con el bien común”. Creo que ha llegado el momento de dejar la demagogia para ejercitarnos en la democracia. Restablecer la credibilidad, la autoridad, la gobernabilidad y el rumbo.

Hemos visto en estos días que –precipitada y prematuramente- ya hay quienes proponen que, como se hizo con el ex presidente Fujimori, para acabar con el caos cabe declarar la permanente incapacidad moral del presidente Toledo, para ser reemplazado por el primer vicepresidente Raúl Díez Canseco, como ocurrió en Ecuador cuando el mandatario llegó al 8% de popularidad en ese país; o, si los dos vicepresidentes declinan, convocar a elecciones presidenciales adelantadas, como ocurrió en Argentina, cuando el mandatario de ese país no consiguió manejar la crisis económica que quebró a ese país; o entre nosotros, a la renuncia de los dos vicepresidentes de Fujimori. La historia se repite demasiado rápido. Pero, como entonces, se trata de salvaguardar el bien común de todos los peruanos, por lo que, como ha declarado el doctor Luis Bedoya Reyes, primero debemos hacer todo lo posible para no llegar a medidas de emergencia, como el acortamiento del presente periodo presidencial, de alguna manera traumático para un país que ya ha sufrido bastante.