(Expreso, 1 Ago 2007)
Rafael Rey Rey
Corría el mes de agosto de 1993. El Congreso Constituyente estaba en funciones. Debatíamos los últimos artículos de la nueva Constitución. Se habían iniciado las reformas económicas que le permitieron al Perú retomar el rumbo del desarrollo. Abimael Guzmán estaba detenido y sus huestes perdían –en todos los frentes- su sanguinaria rebelión contra la sociedad peruana. Alfonso Bustamante –arequipeño de nacimiento- estaba por asumir la Presidencia del Consejo de Ministros o acababa de hacerlo.
Sesionaba el pleno del Congreso. Enrique Chirinos llegó, iniciada la sesión, directamente desde el aeropuerto. Venía de Arequipa su tierra natal. Pidió la palabra y, con la calidad de orador que le reconocían hasta sus acérrimos adversarios políticos, dijo más o menos lo siguiente:
Señor Presidente: “Acabo de llegar de Arequipa donde he pasado unos días. Por eso llego con retraso a este debate. Pero debo decir que en Arequipa se ha recibido con júbilo el nombramiento del Ing. Alfonso Bustamante Bustamante como Presidente del Consejo de Ministros. Arequipa siente que ha recuperado el poder. Desde mi posición quiero hacer un llamado a la concordia parlamentaria y a la concordia nacional. La necesita el país. También quiero confiar a la representación parlamentaria un recuerdo personal. Hace unos años estando en Roma con una de mis hijas que vive en esa ciudad, fuimos a visitar la hermosa basílica de Santa María sopra Minerva. Entrando a mano derecha hay una capilla dedicada a Santa Rosa de Lima. Me acerqué con humildad a la imagen de nuestra Santa y le dije:”Santa Rosa tú eres peruana y tienes cerca el oído de Dios. Acuérdate del Perú”. He vuelto a Roma hace poco y en compañía de mi hija volví a la Basílica. Me acerqué otra vez a la imagen de nuestra Santa y le dije: “Gracias. Te acordaste del Perú”. El pleno del Congreso rompió el silencio con el que se escuchaba a Enrique Chirinos, con grandes aplausos”.
Con Enrique se podía estar de acuerdo o en desacuerdo –que viva la libertad- pero escucharlo, lo escuchaban todos. Apasionado por el Perú – rectamente apasionado- como ha dicho alguien que lo conocía y quería, era un orador brillante y además culto como pocos. Improvisaba estupendamente, y polemizaba con habilidad, pero como Churchill, preparaba a conciencia sus intervenciones importantes y aconsejaba a los demás que lo hiciéramos.
De sus muchos aportes al texto constitucional vigente quiero recordar el siguiente. Al revisar los artículos ya aprobados y antes de concluir definitivamente con el debate constitucional, la mayoría fujimorista quiso modificar el artículo 62º introduciendo excepciones que hubiesen destruido la santidad de los contratos que en ese artículo se asegura. La mayoría no consiguió los votos que requería (dos tercios del número legal de miembros del Congreso) porque los de Renovación no aceptamos. Queríamos evitar, y lo conseguimos, que se modificara uno de los mejores artículos de la Constitución que estábamos preparando. Enrique explicó nuestra posición en éstos términos: “El artículo que quieren modificar garantiza que las partes pueden pactar válidamente, según las normas vigentes al tiempo del contrato. Pero se quiere añadir ahora que, excepcionalmente, pueden expedirse leyes o disposiciones de cualquier clase, hasta resoluciones ministeriales o directorales, que modifiquen los términos de cualquier contrato. Con lo cual, terminó para siempre la santidad del contrato. Nos hemos llenado la boca para decir que el Perú garantiza, por fin, la santidad de los contratos, y que ni siquiera una ley del Congreso puede modificarlos retroactivamente. Ahora, hasta el más estúpido de los abogados tiene que leer, en el texto que se propone, que, por razones de utilidad o de calamidad o de seguridad –es decir, por cualquier razón-, pueden expedirse leyes o disposiciones de cualquier clase que modifiquen los términos contractuales. No hay disposición semejante en la Constitución de 1979. El artículo propuesto es peor que toda la Constitución vigente. Destruye la razón de ser de esta Constitución. Destruye el capítulo del Régimen Económico, lo único del todo bueno que hay en la Constitución en ciernes. Lo que creo yo, sinceramente, que persigue el gobierno es atraer inversión para dar trabajo a nuestro pueblo, para dar ocupación a los que están mal empleados, para abrir horizontes a nuestros jóvenes que salen a los caminos de la vida sin esperanza. Para aprobar la barbaridad que se propone, la mayoría necesita el voto de los dos tercios. Necesita coaligarse, en perjuicio del país, con algún sector del Congreso. Para ello no contarán con los votos de Renovación. Esta disposición resucitaría la intervención del Estado en los contratos, que ha sido funesta para la vida del país”.
Enrique Chirinos es para mí –junto con Juan Zegarra Russo- uno de los peruanos más inteligentes que he conocido. Parafraseando al español Federico Suárez: “cuando la mirada del espíritu apenas resbala, sin fijeza, sobre la apariencia exterior de cuanto es o sucede, surge ese tipo “estándar” de hombre o de mujer, falto de personalidad y mortalmente aburrido, inepto para mantener una conversación en la que se diga algo, porque las palabras son expresión de ideas y mal puede tenerlas quien no piensa”. De Enrique Chirinos, en cambio, se puede decir lo que él dijo de Víctor Andrés Belaunde: “sus palabras estaban llenas, repletas de ideas”.
A sus consejos acudí cuando tomé la decisión de actuar en la vida política. Por eso y por muchas cosas le guardado gratitud y afecto.
Rodeado del cariño de su familia, Enrique Chirinos ha muerto el sábado 28 de julio, como si Dios hubiese querido dejar constancia de su patriotismo. A él le pido ahora que se acuerde del Perú.