(2001)
Rafael Rey Rey
Me comentó una vez Raúl Diez Canseco Terry que le habían dado este sano consejo cuando entró a la política activa: “Habla solamente cuando lo que tengas que decir sea más importante que tu silencio”. Prácticamente la misma recomendación me dio a mí una vez Enrique Chirinos Soto: “Procura hablar sólo de lo que conoces bien, de lo contrario puedes hacer el ridículo”. He procurado seguir ambos consejos.
Escribo, resulta obvio decirlo, a título personal. Soy yo y sólo yo el responsable de estas líneas que expresan la opinión de un ciudadano más preocupado por su patria. Puedo equivocarme pero creo que este es un caso en el que vale la pena hacer unas reflexiones dirigidas a quienes debemos ser, de una u otra forma querámoslo o no, protagonistas de las soluciones a los problemas del Perú.
Nunca ha sido más urgente asumir con desprendimiento el rol que nos corresponde. Nos toca procurar conducir a la sociedad, a la que queremos servir, hacia el bien común. Eso exige desear que el gobierno actual, ese que no es el nuestro, ese que cerró el parlamento, ese con el que tenemos discrepancias, ese que se salió del marco constitucional, ese que dirige el presidente Fujimori, ese digo, tenga el éxito que el país quiere que tenga, en su lucha contra el terror, en su lucha contra la crisis económica, en su lucha contra la inmoralidad y la recesión y la injusticia y en su promesa de encaminarse a un nuevo orden constitucional y a una democracia que a diferencia de la que teníamos antes del 5 de abril sea defendida por la población como garantía de defensa de sus derechos en lugar de repudiada por su ineficacia.
Basta pues de insultar a quienes con sacrificio personal prestan honradamente su colaboración activa a un gobierno que de no contar con ellos se vería en la necesidad de acudir a quienes están siempre dispuestos a aprovecharse del poder para satisfacer sus apetitos y sacar su tajada. Dejemos de lado la tradicional postura de oposición. El país no puede progresar mientras mantengamos el enfrentamiento entre unos que gobiernan y otros que consideran que su papel es sólo hacer oposición. Reconozcamos con nobleza los aciertos del gobierno y señalemos con serenidad los errores. La crítica para ser constructiva y efectiva requiere de ascendencia moral sobre el que hierra y ella se gana, entre otras cosas, reconociendo sin mezquindad lo que está bien hecho. El insulto, en cambio, es el último recurso de aquel que no tiene argumentos, y por eso además de injusto es ineficaz.
No es coherente, en mi opinión, desear el fracaso de un gobierno del que no formamos parte, porque el fracaso de un gobierno es siempre el fracaso de un país. No veamos nunca el poder ejercido por otro como manifestación de vacío de nuestro propio poder. Colaboremos a que el que hoy lo ejerce, lo ejerza con corrección por el bien de todos.
No demos la impresión de que juzgamos la carencia de una institucionalidad democrática como el único o más importante problema del Perú por encima del terrorismo y de la crisis económica. Si, como sostienen muchos políticos, la solución de esos problemas pasa por el restablecimiento de la democracia, entonces evitemos fomentar la desunión y el enfrentamiento.
Es del diálogo y no del enfrentamiento de donde se originan los acuerdos. Que las ironías de las que a veces es objeto la clase política por parte del Presidente o de la población en general no encuentren en la respuesta de los políticos las actitudes que confirman y fundamentan el origen y hasta el acierto de esas críticas. Recuperaremos los políticos el prestigio que hemos perdido sólo si somos capaces de reconocer nuestros errores y mostremos coherencia con una verdadera “actitud de cambio” que nos lleve a su vez a un “cambio de actitud”, como decía IPAE dirigiéndose a los empresarios nacionales hace pocos días. Esa será la manera más efectiva de hacer de la política un instrumento limpio al servicio del país. Esa es la forma de demostrar con hechos y no con palabras que no queremos ser servidos sino servir. Esa es la mejor contribución que podemos hacer a nuestro país para conducirlo entre todos al bien común que podrá mostrarse inalcanzable, pero no lo está. Esa es la forma de hacer posible lo necesario y de hacer popular lo bueno.
La juventud se identifica espontáneamente con iniciativas que procuren ahogar el mal con abundancia de bien y entienden el sentido de la letra de esa canción de mis épocas de estudiante colegial que me viene ahora a la cabeza: “Hoy de pie en el umbral del futuro, se alza el grito de la juventud. Adelante la patria nos llama, antes, antes que todo el Perú”.