(2002)

Rafael Rey Rey

Al Perú le conviene desarrollar las actividades primarias de extracción –minería, pesca, agricultura, etc.-, la agroindustria, la industria y los servicios que tienen capacidad competitiva internacional, para poder comercializar los productos en el mundo, mediante todos los mecanismos de libre comercio que están en boga en las relaciones comerciales internacionales.

En esa línea se enmarca, con todas sus limitaciones, el mejoramiento de nuestra capacidad exportadora a los Estados Unidos, mediante el ATPDEA, por mucho que esté limitado en el tiempo hasta el año 2006. Tanto más cuanto que el representante del comercio norteamericano, Robert Zoellick ha aceptado la posibilidad de conversar el respecto el próximo año, y países como Canadá, México y Chile se han mostrado interesados en la posibilidad de concretar acuerdos bilaterales, como ha apuntado el Instituto Peruano de Economía (IPE), lo que no ocurre con la Unión Europea, que solamente desea negociar en paquete con la Comunidad Andina.

(De otra parte, ya no contamos con el apoyo incondicional del Japón, para mejorar nuestras relaciones en Asia, como ocurrió en la década pasada, aunque sí tenemos la carta del Tratado Asia-Pacífico).

Igualmente, esa orientación tiene el esfuerzo peruano de utilizar el Acuerdo de Libre Comercio (ALCA) de las Américas, cuya meta para crear un mercado común panamericano está todavía muy lejos, por la disparidad entre las distintas economías del nuevo continente. En el fondo, la ATDEA no es sino un adelanto de lo que sería el ALCA: la absorción de las economías sudamericanas y centroamericanas por el norte: Estados Unidos, Canadá y México.

Más cerca de nosotros está la Comunidad Andina y Mercosur, que juntos harían el mercado sudamericano de libre comercio, en base de una concepción de economía de mercado. Desgraciadamente, durante décadas, la Comunidad Andina apostó equivocadamente a un mercado cerrado, sin éxito.

El Perú y Chile iniciaron una política agresiva en la década pasada en la línea de sincerar una economía de libre mercado, pero los otros socios: Ecuador, Colombia (nación que sufre los flagelos del narcotráfico y la guerrilla, que lo complica todo) y Venezuela (con sus actuales problemas políticos que afecta a la economía), prefirieron priorizar la supervivencia de sus industrias, velando por evitar que aumente el número de desocupados. Ahora, ellos tienen economías débiles, especialmente Venezuela, y nosotros, en cambio, fuertes, aunque la desocupación sea ya el primer problema social del país, por encima inclusive de la pobreza extrema.

Las conversaciones de los meses pasados en el seno de la Comunidad Andina han llevado a un entendimiento en el que todos ceden: Colombia y Ecuador en no elevar los aranceles de muchos productos; Perú y Bolivia en aceptar en elevar algunos por encima de lo que ya habían conseguido bajarlos. ¿Es ese el camino correcto, que equilibra la necesidad de no quebrar toda la agricultura y la industria andina, sin renunciar al principio general de abrir las fronteras para hacer un verdadero mercado común, aunque sea con excepciones?

Toda reforma tiene un precio de coyuntura. Lo importante es tener claro el camino, definir los tiempos, señalar los plazos, y conseguir las metas. Dejar el círculo vicioso en el que el perro se entretiene sin lograr siquiera morderse la cola.

Como bien dice el IPE, los peruanos tenemos que terminar con la polémica, inclusive entre las mismas entidades estatales (cada una vela por una porción de la actividad productiva), entre una economía cerrada y una economía abierta y “unificar el mensaje”. Y “eso solo se logrará, dice el IPE, cuando se termine de diseñar una política comercial coherente e integral, que sea absorbida por todas las autoridades comprometidas en el tema”.

En ese contexto cobra todo su sentido la declaración de Patricia Teullet: “lo bueno del Perú son las cifras de crecimiento, el relativo éxito del Ministerio de Economía para hacer frente a las presiones políticas, la ampliación del ATPA (hoy ATDEA) y, aún más que eso, el clima de optimismo que se ha generado en los agentes económicos, lo cual podría resultar en un verdadero impulso a la inversión”.