(Correo, 20 Abril 2003)

Rafael Rey Rey

Creo conveniente hacer una reflexión sobre la necesidad de que Tambogrande tenga un desarrollo equilibrado entre agricultura y minería, puesto que el destino de esa zona tan importante de Piura no puede estar supeditada a movimientos callejeros y documentos con firmas que un día apoyan el campo y otro día a la mina. Conforme pasa el tiempo se va creando conciencia de que agricultura y minería deben ser compatibles, como las patas de la mesa, con la pesquería y la agroindustria, que hagan posible la viabilidad del gran departamento norteño.

La traba la están poniendo algunos, que en vez de tomar partido por explotar todas sus riquezas y crear empleo en todos los sectores, se empecina en lo contrario. Al nacer la República, los peruanos nos pusimos el hoy olvidado lema “Firme y feliz por la unión”. Si el pueblo estuviera de acuerdo en abrir todas sus puertas al progreso, el Gobierno Central lo apoyaría, puesto que curiosamente son hermanos los titulares de las dos carteras involucradas en el conflicto: Alvaro y Jaime Quijandría, ministros de Agricultura y Energía y Minas respectivamente. Pero ellos poco pueden hacer si el pueblo se enfrenta al pueblo, si unos quieren la agricultura y otros la minería, pero en exclusiva.

No se quiere aceptar que ambas cosas son compatibles, como ocurre en todo el mundo, aunque en el pasado la contaminación haya sido la marca indeleble de la minería, porque ahora las exigencias de protección del medio ambiente, mundiales y nacionales, son tan grandes, que ninguna compañía minera se va a jugar su negocio incumpliéndolas.

No es posible que Tambogrande viva en la pobreza teniendo una de las mayores riquezas no solamente de Piura sino de todo el Perú. A todas las autoridades de Piura les corresponde hacer opinión a favor de la responsabilidad social. Inversiones nuevas, exploraciones mineras, comercialización de minerales, construcción de infraestructura física, etc. son actividades que van a repercutir a favor de los piuranos.

Las lógicas reticencias sobre el medio ambiente, la protección del agua de los ríos, la renovación de la ciudad de Tambogrande, el desplazamiento del cultivo en algunos lotes de tierra, y otros asuntos similares, deben ser materia de estudio y de propuestas, hasta que se encuentren soluciones razonables, pero nunca motivos para oponerse cerradamente a la actividad minera.

Tambogrande es un valle muy fértil y muy bien trabajado, con una infraestructura de riego de las mejores del país. Pero Tambogrande tiene una rica mina polimetálica en el subsuelo de su población y en una parte de su territorio rural. Hagamos compatible el trabajo agrícola y minero y todos saldrán ganando.

Espero que Tambogrande no tenga que ponerse en la larga lista de oportunidades perdidas, que se inicia con el guano, el caucho, el gas, los fertilizantes, el pisco, etc. y termina con Egasa y Egesur, sino que la legislación, la serenidad de las autoridades, y la decisión política del Gobierno Central, conduzcan a la población agrícola norteña no sólo a no seguir oponiéndose al desarrollo y al progreso, por información incompleta, sesgada o falsa, sino a hacer causa común, para beneficio de todos.