(El Peruano, 30 Abril 2003)
Rafael Rey Rey
Dentro del marco iconoclasta que tiende a destruir la conciencia de la identidad peruana, funcionarios de la Municipalidad de Lima, instigados por el ex regidor Santiago Agurto, han retirado de su lugar, al lado de Palacio de Gobierno –que conocemos nada menos que como “La casa de Pizarro”- el monumento al fundador de la ciudad de Lima, Francisco Pizarro. Con el aliento del jefe del Instituto Nacional de Cultura, Luis Guillermo Lumbreras. Con el aplauso, que no podía faltar, de la antropóloga Eliane Karp de Toledo, nada menos que desde Sevilla, donde media docena de caballos peruanos de paso se lucieron en la plaza de toros de la Maestranza, y ella lució un vestido blanco trujillano. Ha dicho la señora Karp que esa estatua era denigrante para los peruanos y que con su retiro, que a ella alegra, “los peruanos empezamos a recuperar nuestra dignidad”. ¡Que tal raza la de la señora de nacionalidad belga!.
Como dice uno de los más brillantes y reconocidos historiadores peruanos, el doctor José Agustín de la Puente Candamo: “El Perú no existiría sin el Imperio Incaico pero tampoco existiría sólo con el incanato. El Perú no existiría sólo con España pero tampoco existiría sin España”.
Renegar de cualquiera de esas dos culturas originarias de nuestra identidad es además de una huachafería una indicación de ignorancia histórica. No hay crisis de identidad. Hay crisis de conciencia de identidad.
La personalidad peruana está definida. Somos una nación mestiza entre la cultura incaica y la española, enriquecida por la suma de tantas otras sangres y culturas que, una a una, han ido perfilando nuestra historia, nuestra idiosincrasia y nuestra realidad. La identidad mestiza de la peruanidad está fuera de toda discusión y de toda duda.
Nuestros mejores ensayistas, diplomáticos, historiadores, geógrafos, sociólogos, han investigado, estudiado, escrito y enseñado en la línea de la peruanidad, identificada por la cultura mestiza de nuestro pueblo. Cada cual desde su punto de vista ha facilitado el diálogo y el contraste. Hispanistas e indigenistas, con toda la gama intermedia que pueda haberse dado, han reconocido la realidad mestiza de nuestra identidad.
José de la Riva Agüero estudió como nadie el paisaje peruano, con la impronta de las culturas primigenias, del incario, de la colonia y de la república peruana. Víctor Andrés Belaunde defendió no sólo los límites sino el patrimonio rural y urbano de nuestras regiones. José Carlos Mariátegui tocó nuestras heridas para buscar remedios y calmar dolores de la patria. José Agustín de la Puente ha enseñado durante cincuenta años en la Universidad Católica, el alma mestiza de nuestra nacionalidad, al abordar el hecho histórico de nuestra emancipación política.
Héctor López Martínez, en su historiado artículo sobre “Pizarro, Lima y nuestra historia”, recuerda cómo Aurelio Miró Quesada Sosa defendía a ese Pizarro fundador cuyo cuerpo descansa en esta tierra limeña que tanto quiso en vida, y cómo el Inca Garcilaso se define con honra mestizo “a boca llena”.
La efigie del conquistador Pizarro, que es propiedad hoy de los ocho millones de vecinos de Lima, es obra del escultor norteamericano Charles Rumsey, donado por su viuda María Arrimán de Rumsey y recibido por el alcalde Luis Gallo Porras. El 18 de enero de 1935, cuarto centenario de la fundación de Lima, la efigie fue puesta en el atrio de la Catedral, luego en la plaza, después en la esquina que ocupaba hasta hace unos días.
¿Qué busca el polémico levantamiento sorpresivo de la ecuestre figura del conquistador Pizarro, de la plazuela que lleva su nombre, en la esquina de la plaza de armas de Lima? ¿Quién busca denigrar nuestro pasado hispánico, en la hora de la integración regional, de las relaciones con la Unión Europea, de las cumbres anuales iberoamericanas, presididas normalmente por el rey Juan Carlos de España?
Si a alguien le debería interesar no remover el tema, no remover la estatua, no remover el pasado histórico del Perú es al alcalde Castañeda Lossio quien tiene apellidos españoles y al presidente Toledo mestizo emblemático, con color quechua, que lleva por apellido el nombre de la capital del imperio español.
¿Quién puede creer en el supuesto argumento urbanístico, de tono y desentono, que esgrimen algunos funcionarios del municipio limeño, cuando el contenido profundo del homenaje al fundador de Lima es prioritariamente cultural, histórico, social y político, y no urbanístico? .
Pedro Gjurinovic Canevaro ha dicho que “la modernización de la ciudad no pasa por la destrucción sino por el gusto de hacer cosas nuevas y con proyección. Yo quisiera saber si, además de los argumentos ideológicos en torno a la reubicación de la estatua, existen fundamentos técnicos para remodelar esta plaza”. No son por tanto los argumentos urbanísticos, al parecer, los que han motivado el escándalo, sino ideológicos, como todo hace pensar.
Una explicación nos debe el alcalde Castañeda: ¿por qué no se consultó a la ciudadanía?, ¿por qué no se consultó al Concejo Municipal esta medida?, ¿por qué no se anunció con anticipación el posible traslado del monumento?, y ¿ por qué se ha hecho con tanto apuro?.