PIDO LA PALABRA
(No lo publicaron – 1992)
Rafael Rey Rey
Vive nuestro país días difíciles, de sentimientos encontrados.
Para unos son horas de preocupación, para otros de indignación. Para los más, momentos de renovada esperanza. Creo que para todo el que medite los hechos y las circunstancias con serenidad, la situación provoca la combinación de los 3 tipos de sentimiento. Hay razones para preocuparse, las hay para protestar y las hay también para tener esperanza.
En Abril de 1989 los Obispos del Perú redactaron un mensaje urgente que titularon: ¡Perú, escoge la vida! En él nos daban criterios orientadores sobre la conducta personal y social, que nuestro país necesitaba entonces y, evidentemente, necesita ahora para resolver sus problemas que tienen raíz moral. Todavía estamos a tiempo de escucharlos. Tres eran los deberes que, en nombre de Dios, nos recordaban los Obispos a todos los peruanos para salir de la crisis en la que estábamos y seguimos estando.
Primero, el deber de mirar cada uno honestamente su propia conducta y reconocer su responsabilidad personal en lugar de atribuir el mal sólo a otros. Segundo, el deber de reconocer que una conversión y reconciliación verdaderas nos exigirá a todos renuncias y sacrificios y que el proceso será largo y complejo. Tercero, el de evitar separarnos de los que no quieren cambiar, ya sintiéndonos moralmente superiores y desdeñándolos, ya agrediéndolos e intentando destruirlos.
¿Seremos capaces los peruanos, todos, de cumplir esos deberes?
¿Seremos los parlamentarios en particular, y los políticos en general capaces de aceptar con hidalguía que hemos cometido muchísimos errores y que no supimos, en conjunto, cumplir adecuadamente con el papel de representantes que nos asignó la ciudadanía?
¿Tendremos la nobleza de disculpar los insultos y la objetividad suficiente para discernir y reconocer cuales de los cargos que hoy nos hacen son infundados y cuáles son, lamentablemente ciertos?
La alternativa propiciada por el parlamento con la juramentación del Ingeniero San Román tenía la finalidad de permitir a la población que optara libremente por ella. Esa población ha manifestado claramente su elección. Lo ha hecho de manera informal, pero es evidente cual ha sido.
¿Tendremos la prudencia de entender que insistir en la alternativa descartada es tratar de imponer a la ciudadanía algo que ella no desea?
No puede negarse que con el golpe de estado se ha violado la constitución. Es una lástima que la mayoría lo apruebe. Nadie, sin embargo, puede negar que ella ha sido violada antes, muchísimas veces. Cuando la justicia brilla por su ausencia, cuando la corrupción es la que impera, cuando la inmoralidad casi se toca con las manos, cuando la solidaridad no se vive, cuando las formas se respetan pero se descuida el espíritu de la ley, cuando la persona humana es, por tanto, sólo en el papel el fin supremo de la sociedad y del Estado, nadie, creo yo, en nuestro país tiene la autoridad moral para tirar la primera piedra.
¿Seremos los políticos capaces de aceptar que nosotros tampoco? No voy a sumarme a quienes sostienen injustamente que todos los políticos son irresponsables y corruptos. Pero sí es bueno que meditemos estas frases de José Rodríguez Iturbe.: “Empeñarse en convertir lo bueno en popular, es decir, hacer popular lo bueno, tiene que estar en la propia raíz ética de la acción del hombre político. Porque un político sin moral, no tiene mística; un político sin mística no tiene garra; y un político sin garra no arrastra.”
¿Será el Ingeniero Fujimori capaz de aceptar que él también ha cometido errores? ¿Tendrá la sencillez necesaria para reconocer que su actuación política ha tenido aciertos innegables pero también actitudes de intolerancia y autoritarismo rodeados con alguna frecuencia de afirmaciones que él sabe muy bien que no son verdad? ¿Tendrá la prudencia indispensable para contribuir, con su actual popularidad, a la reconciliación nacional? ¿Tendrá la nobleza, que distingue a los grandes hombres, para pedir disculpas por aquello por lo que debe pedirlas y para saber disculpar los errores de quienes se le oponen?
Si sabe estar a la altura de su responsabilidad, conseguirá rodearse de la gente más honesta y preparada que busquen con rectitud el bien común y lo ayuden a cumplir con las justas expectativas de la grandísima mayoría del país, reconociendo que las simpatías que ha despertado están condicionadas al cumplimiento de las mismas y entre ellas el retorno a la constitucionalidad.
¿Será el presidente de facto capaz de evitarle al país las consecuencias de los actos de quienes guiados por la ambición de poder están siempre dispuestos a decir al gobernante lo que es capaz de hacer, en lugar de aconsejarle y señalarle lo que es su deber hacer?
Es meridianamente claro que la población estaba harta de la situación anterior al golpe. No puede nadie, por tanto, pretender volver a ella. La ciudadanía no sólo acepta el golpe, lo aprueba. Eso no quiere decir que desee vivir en dictadura. Sin embargo los riesgos de un salto al vacío resultaban -para el ciudadano medio- menos peligrosos, por contingentes, que el sufrimiento y la frustración de una situación legal que no ofrecía soluciones con la urgencia que estas eran exigidas. No desean los peruanos que un grupo “gobierne” y otro le haga “oposición”. Hace rato que esa forma de vida política era rechazada. Quieren ver que sus autoridades practiquen las virtudes elementales y que se distingan por dar ejemplo de comportamiento decente.
Es evidente que no hemos sido capaces o no nos dejaron romper con un quietismo fácil para ir a un cambio orientado claramente no hacia el beneficio de los menos, sino de los más.